¿Qué puede ofrecer el
esperanto a los jóvenes?
En marco de 1986, con motivo de su
reunión anual, celebrada en buscar (España), la Hispana Esperanto
Junularo (Juventud Esperantista Española) invitó a nuestro samideano Fernando
de Diego a que hablara a sus miembro allí reunidos, sobre el tema que encabeza
este artículo.
Consideramos que las reflexiones que el
s-ano de Diego expuso ante 300 jóvenes esperantistas españoles venezolanos y
para todos aquellos que simpatizan con el ideal del Esperanto o sienten
curiosidad por conocerlo.
Por lo mismo nos es grato reproducir a
continuación sus palabras.
La Redacción
Estimataj
amikoj: Unue mi volas danki la
Asocion de jUnaj Esperantistoj Hispanaj, ke ĝi invitis min
prelegi ĉi tie, en Barbastro, Huesca, kaj tiel donis al mi la okazon iel
konatiĝi kun viaj aktualaj problemoj kaj aspiroj.
Due
mi petas pardonon, ke mi parolos en la hispana. Pluraj inter vi ankoraŭ ne
sufiĉe regas Esperanton por kapti ĝisdetale la tekston de la prelego kaj sekve,
por ke ĉiuj senespte povu sekvi la disvolvon de miaj opinioj kaj juĝi pri ili,
mi daŭrigas en la hispana.
Para
un hombre como yo, que ya lleva recorrida una gran parte del camino de la vida,
esta presencia de gente joven me hace volver a los años de mi propia juventud,
a la que quiero referirme de pasada, no por tonto exihicionismo persona, sino
por lo que tiene de esclarecedora para comprender el complejo de impulsos y
sentimientos que nos llevan a muchos de nosotros a entregarnos de por vida,
desde nuestra adolescencia, a este idea de Esperanto, que no da dinero, que no
da prestigio, que no da respetabilidad social y que incluso nos margina
sutilmente en el medio habitual en que nos movemos.
Hace
ya muchos años, a mis quince, el mundo, como ahora y como siempre, rodaba de
mala manera despeñándose de crisis en crisis y de guerra en guerra. Una de
éstas, la guerra civil española, acababa de estallar en una orgía de sangre.
Pero era todavía una guerra en la que muchos millones de hombres veían los
inevitables dolores de parto de una sociedad nueva que acabaría con las
injusticias sociales y con el despotismo de los poderosos. Todavía la Unión Soviética era foco de
esperanza para los pobres del mundo. Y el convencimiento de que allí se
preparaba el terreno de un edén a escala humana y de que el país del
proletariado se enfrentaba con éxito a las fuerzas del mal representadas por la
plutocracia y el nazismo, hizo que los campos y ciudades de la vieja España la
gente matara y se dejara matar con el entusiasmo de quienes se creen portadores
de la verdad absoluta.
Bien,
en el verano de 1936 yo vivía con mis padres y hermanos en la ciudad de
Zaragoza, la cual se puso del lado de los “nacionales” o “rebeldes” y en contra
de os “republicanos” o “rojos”. Así pues, en Zaragoza se fusiló y se torturó
con ensañamiento a comunistas, anarquistas, republicanos y masones, mientras en
la zona dominada por los “republicanos” se fusiló y se torturó a sacerdotes,
conservadores ricos, fascistas y terratenientes.
En
aquel terrible verano de 1936, que fue, como pocos, de calor sofocante, se
liquidaba por la noche a los enemigos políticos de un tiro en la nuca y se les
dejaba tirados por el campo o entre los setos del gran parque de Zaragoza. Este
parque estaba a poca distancia de mi casa de entonces, y en medio de aquella
gran tragedia yo paseaba por allí alguna mañana que otra. Desde luego, no supe
valorar el riesgo de aquellos inocentes paseos ni supe medir la gravedad de
aquellas terribles circunstancias. Una de tales mañanas me hallaba con un
compañero de estudios junto a un lago artificial del parque cuando, de pronto,
un auto desvencijado frenó ante nosotros y cuatro hombres armados saltaron a
tierra armados de pistolas y fusiles. Tenían aspecto de modestos empleados de
oficina convertidos por el fanatismo político y religiosos en tristes asesinos
y hablaban con una arrogancia que no podía disimular del todo su íntima
inseguridad.
Nos
preguntaron qué hacíamos en el parque. Uno de ellos imaginó que habíamos
arrojado una pistola al lago y nos sometió a un interrogatorio estúpido. Otro
se fijó en la estrella verde esperantista que yo llevaba prendida en la camisa,
me la arrancó de un zarpazo y la pisoteó mientras acusaba a gritos!
-¡La
estrella comunista de cinco puntas?
Entonces
comencé a darme cuanta de lo serio del momento. Aquellos hombres trataban
–puede ser que inconscientemente- de cambiar la realidad en algo que
satisficiera sus obsesiones y justificara su papel de dispensadores de
justicia.
-La
estrella comunista es roja, no verde –me atreví a contestar.
Nos
registraron. Me sacaron de un bolsillo mi carnet de estudiante con sus tapas de
cartulina roja.
-¡El
carnet del sindicato anarquista, de la
CNT! Exclamó el mismo individuo mientras lo rompía en dos sin
molestarse en examinar su interior.
-Es
mi carnet de estudiante. Mírelo, por favor…
El
tipo le lanzó una ojeada y entonces percibí en el un levísimo cambio de
actitud. Aunque en os tiempos inmediatamente anteriores al estallido de la
guerra civil existía una sociedad de estudiantes de izquierda, lo cierto es que
la gran masa estudiantil pertenecía por entonces al sindicato fascista o
simpatizaba con él. La universidad, los liceos y las escuelas técnicas eran
entonces organizaciones clasistas en mucha mayor medida que ahora.
Pero
cuando aquellos Tartarices comenzaban a mostrar un destello de humanidad, otra
vez se endurecieron las miradas, se alertaron las armas y se llenaron de
aspereza las voces, porque del bolsillo trasero del pantalón acababan de
sacarme la hoja, plegada, de una revista (concretamente de un ejemplar de Nia
Vivo, boletín que por entonces editaba la sociedad esperantista Frateco de
Zaragoza). Desdoblaron la hoja y con índice acusador alguien señaló un título Triunfa
Marŝo.
-¡El
Triunfo Marxista! –interpretó el Tartarín de manera acusadora.
Sentí
que la tierra vacilaba bajo mis pies. ¡Qué escena de comedia bufa, si no fuera
porque aquellos hombres tenían licencia para apretar el gatillo a voluntad!
-Dispense,
pero ahí no dice “Triunfo Marxista” sino “Marcha Triunfal” y es la traducción
de un poema de Rubén Darío.
La
respuesta les desconcertó y sin duda sospecharon que se estaban poniendo un
tanto en ridículo ante unos muchachos que no eran unos niños, pero que no
acababan todavía de ser hombres. Es indudable que no había leído en su vida
aquel poema ni sabían tampoco quién era Rubén Darío.
Nos
miraron con desprecio, nos conminaron a regresar inmediatamente a casa y
enredados con sus fusiles y pistolas desaparecieron en e Ford asmático que
usaban. Por suerte no manifestaron ninguna curiosidad por saber en qué idioma
estaban escritos aquellos versos.
En
el suelo quedó la insignia pisoteada y aplastada. ¡Pobre estrella verde!
Aquellos fanáticos la destruyeron a ciegas y el incidente me traumatizó para el
resto de mi vida.
El
esperanto era entonces para mí parte de un entramado ideológico en el que se
mezclaban conceptos anarquistas, pensamientos de Epicteto, Séneca y Marco
Aurelio y la “interna ideo”. Todo ello, aderezado, por supuesto, con grandes
dosis de ingenuidad y de inexperiencia juvenil.
Por
aquel entonces yo creía que en el mundo reinaban la injusticia y la maldad
porque un puñado de señores lo disponía así para poder seguir disfrutando de su
poder y sus riquezas. Y que bastaba suprimir aquella lacra para que la bondad
(innata en el hombre según me imaginaba) unida a los beneficios de una
educación ética y científica, se manifestará y diera frutos de amor y paz por
los siglos de los siglos.
Pero
con el transcurso de los años fui dejando por el camino las alforjas sin
contenido de las grandes ideologías y las grandes doctrinas. ¡Qué bella es la
teoría, y qué estupendas construcciones mentales pueden edificar la imaginación
y el anhelo de los hombres! Sin embargo la vida es testaruda, terriblemente
testaruda, y contra las especulaciones ideológicas, filosóficas y económicas se
alza la terca realidad de la naturaleza humana, la realidad de ese animal
depredador que llevamos agazapado en nuestros instintos. ¡Qué espantoso mundo
el de 1936 a
1945! Pero no peor ni más cruel que el de otras épocas. Si se anda por la vida
con los ojos abiertos, no tarda uno en llegar a la desoladora conclusión de
que, en lo esencial, no es el hombre un producto de la sociedad, sino que la
sociedad es una consecuencia del hombre.
Pero
el hombre, en su compleja estructura anímica, necesita también soñar, creer en
algo, aunque ese algo sea pequeño y accesorio, para poder soportar mejor la
vacuidad de la vida.
Yo
fui perdiendo primero el entusiasmo y luego la ilusión por las doctrinas e
ideologías que a la vuelta de la esquina nos prometen el paraíso en este mundo
o en otros mundos metafísicos.
Todo
fue cayendo por la borda. Todo, menos la imagen de aquella insignia pisoteada, que
ya más nunca salió de mi corazón ni de mi mente, y que en mí ha llenado de
sentido esa querencia espiritual, que cada persona lleva con mayor o menor
fuerza en su alma.
Termino
aquí estas divagaciones de tipo autobiográfico para volver al punto de partida,
es decir, al propio título de este discurso: “¿Qué puede ofrecer el Esperanto a
los jóvenes?”
Y
ya tienen ustedes la primera respuesta: el Esperanto os ofrece un ideal (cuando
todos los grandes ideales se han estrellado contra las realidades de la vida)
que llena esas inquietudes espirituales sin las cuales el hombre no es más que
una sobra de sí mismo. Así pues, queridos amigos, si el Esperanto os ofrece de
entrada un ideal, no es poca cosa lo que van ustedes ganado.
Es
posible que se os escape l magnitud de su importancia porque, a vuestra edad,
mil emociones y mil aspiraciones ocupan vuestros pensamientos y sentimientos
movidos en buena parte por las solicitudes del sexo y del amor, por la lucha
para situarse en la vida, por las preocupaciones familiares… ¡Tantas cosas!
Pero con el paso del tiempo- ese terrible tiempo que sin uñas ni dientes lima
instintos, se aquietan las emociones, se
cuartean las convicciones, y entonces el corazón siente su soledad si no le
acompaña esa lucecita, ese ideal que necesita para seguir latiendo.
Decía
nuestro poeta Julio Baghy que el esperantista nace, no se hace. Es muy posible
que ya llevemos dentro, en nuestros genes, una especie de predestinación que
nos empuja a eso, a ser esperantista, en lugar de dedicarnos a otra cualquiera
de las múltiples actividades intelectuales o espirituales capaces de llenar la
vida de una persona.
Naturalmente
hay también otras personas, y son en mucho mayor número, que antes de llegar al
Esperanto indagan sobre sus posibilidades y sus expectativas económicas. Se
trata de la denominada gente práctica. La gente que, antes que nada, formula
las conocidas preguntas:
-¿Para
qué sirve el Esperanto? ¿Qué utilidad práctica y lucrativa aporta su
conocimiento? ¿Qué puede ofrecer el Esperanto a la juventud?
Estoy
seguro que más de uno de os jóvenes aquí presentes está escuchando en su propia
casa este tipo de preguntas. Porque es fácil ser esperantistas. Siempre tenemos
que andar justificándonos, antes os mayores, por dedicarnos a una actividad que
para ellos es un hobby extravagante, una lamentable pérdida de tiempo.
Yo
comprendo que los padres quieran siempre lo mejor para sus hijos y que insistan
una y otra vez, que lo esencial es asegurarse el futuro, ganarse un puesto bajo
el sol excluyendo todas las demás actividades que parezcan factores de
distracción.
Pero
yo pediría a estos padres que no subestimen la inteligencia del hijo, o de la
hija, que “pierda el tiempo” con esas “tonterías” de Esperanto. Porque, ya de
entrada, el muchacho que se asoma al panorama de nuestra lengua y de nuestro
movimiento comprende muy pronto que por ahí no le va a surgir ninguna fuente de
ingresos, y que será en otras actividades donde ha de encontrar su modo de
vida.
A
esas mamás, y sobre todo a esos papás que miran con desagrado, y hasta con
disgusto, la extraña afición de sus hijos, yo les diría:
-Señores
papás, sientan el orgullo de tener tales hijos porque gracias al Esperanto
cultivan su inteligencia, amplían su cultura y ennoblecen su espíritu.
Señores
papás, mientras sus hijos aprenden y perfeccionan el Esperanto, adquieren al
mismo tiempo un mayor conocimiento de su propio idioma, asimilan una serie de
fenómenos lingüísticos que les facilitan el aprendizaje de otras lenguas y
adquieren el gusto por el análisis estructural, tan necesario en todas las
disciplinas intelectuales.
Señores
papás, cuando su hijo o hija sabe y practica el Esperanto, no es sólo su
cultura la que gana. Gana también su concepto del mundo, porque el mundo se le
aparece ahí al alcance de la mano; no en superficie, como al simple turista que
pasa por los caminos y las ciudades como quien contempla un filme en
cinemascope; lo tiene en profundidad porque puede hablar directamente con la
gente de cualquier país con la confianza de un amigo para con otro amigo, sin
las intervenciones de guías, funcionarios u otras personas interpuestas por
organismos oficiales. El esperantista que conoce así el mundo, enriquece su
espíritu como nadie, es un ser privilegiado si lo comparamos con el pobre
viajero que usa su torpe inglés para pedir un cuarto en un hotel o para
solicitar una dirección en la calle.
Señores
papás, el Esperanto que aprendió y que ejercita su hijo o su hija es un
instrumento de comunicación social utilizado por un considerable número de
personas, a todo lo largo y ancho del mundo, que constituyen una especie de
“pueblo” con identidad propia. Identidad propia porque les une una visión
particular del mundo y una convergencia de preocupaciones bajo el denominador
común del Esperanto. Es legítimo pues, hablar de un “pueblo” esperantista,
cuyas partes son también, al propio tiempo, miembros de una región y de un
Estado nacional.
Un
gallego que lee a Rosalía de Castro en su idioma vernáculo, que trata en
Madrid, en castellano, cualquier tipo de asunto comercial y que escucha por
radio las transmisiones en Esperanto de Pekín o El Vaticano, muestra, ya en
nuestros días, cómo pueden coexistir en un hombre estos tres niveles
lingüísticos que lo identifican como perteneciente a tres comunidades sociales
diferentes. Así el esperantista conforma un tipo de hombre universal que se da
por primera vez en la historia del mundo y que acaso sea un anticipo del
ciudadano común del próximo siglo.
Pero
es que, señores papás, el Esperanto tiene también una faceta de tipo práctico
directo e inmediato. Sirva de ejemplo un caso que a mí me tocó vivir.
En
los años finales de la década de los cuarenta, España arrastraba todavía las
terribles secuelas de la guerra civil: terror político, miseria y futuro sin
perspectivas. La máxima aspiración de la juventud de entonces era emigrar
dondequiera que fuese. Entre estos emigrantes nos contábamos mi primera mujer,
ya difunta, y yo. Llegamos a Caracas y comencé a moverme en busca de trabajo.
En una ocasión ella me acompañó a cierta empresa porque íbamos de paso para
otras diligencias comunes. Se llamaba la empresa The American Bookshop y el
gerente era un señor húngaro de apellido Bachrich. Me informó que el cargo al
que yo aspiraba estaba ya cubierto desde
el día anterior. Había llegado tarde y no había nada que hacer. Entonces el
señor Bachrich se volvió hacia mi esposa, que llevaba un vestido amarillo con
pequeñas estrellas verdes.
-Disculpe,
señora, pero ¿es usted esperantista?
-Yo
no, pero mi marido sí que lo es…
Saltó
esa chispa que siempre surge cuando inesperadamente se reconocen dos
esperantistas. Y surtió su efecto. El señor Bachrich ya no podía ofrecerme el
puesto que estuvo vacante, pero… pensó un par de minutos… llamó por teléfono… y
me dijo, en Esperanto, naturalmente:
-Si
te parece bien, puedes empezar mañana mismo como encargado del depósito
mientras surge otra oportunidad.
Así,
gracias a esa cosa “inútil” que se llama Esperanto, conseguí mi primer trabajo
en Caracas cuando más lo necesitaba. Para el señor Bachrich tengo siempre un
recuerdo afectuoso y un sentimiento de gratitud por aquel esto de solidaridad
esperantista.
Por
este caso pueden ver ustedes, señores papás, que a veces el Esperanto puede
ayudar a sacarnos de apuros. Pero aunque no se presentarán nunca tales
situaciones e incluso aunque el Esperanto no llegara a conseguir sus fines
últimos, el solo hecho de que sus hijos se sientan impulsados por este ideal
revea que poseen un espíritu sensible y noble, lo que a su vez indica, que
nunca se van a extraviar por los peligrosos caminos de la marginación social o
por los laberintos terribles de la droga.
Si,
como hemos dicho antes, la vida del joven esperantista no es fácil, las
dificultades que afronta sirven para poner a prueba su temple. Porque llega el
momento en que la pregunta: -¿Qué puede ofrecer e Esperanto a os jóvenes? Que
alguna vez también nosotros, y no sólo nuestros padres, nos hemos planteado al
zambullirnos en la aventura de la lengua internacional, se vuelve por pasiva
cuando el Esperanto, al cabo de un tiempo de prueba y de pruebas, asume en
nuestro espíritu un papel trascendente, establece en nosotros algo así como una
relación amorosa sublimada. Y entonces la pregunta: “¿Qué puede ofrecer el
Esperanto a los jóvenes?” deriva en esta otra: “¿Qué pueden ofrecer los jóvenes
al Esperanto?- porque así es todo acto de amor. No tanto recibir como dar. Eso
está en lo más profundo y genuino del instinto humano, y lo mismo acontece en
el mundo animal que nos rodea. Y aquellos esperantistas que sienten el impulso
generoso de darse a la lengua internacional comprueban que, al dar, reciben la
recompensa de ver que el objeto de sus afanes y desvelos crece y se desarrolla
como el polluelo en el nido. Y es en este punto, jóvenes esperantistas, en el
que yo quisiera insistir porque ante vosotros se abre un campo ilimitado en el
que aplicar vuestra inteligencia y vuestro afán.
En
primer lugar la juventud es, por naturaleza, inconformista y rebelde. Y me
maravilla que esta juventud que todo lo somete a la crítica y que rechaza
frontalmente buena parte de los convencionalismos y los tabúes sociales, no
perciba todo lo que hay de revolucionario en el Esperanto.
Ahí
es nada, una lengua capaz de superponerse a las lenguas nacionales, de
facilitar y promover al máximo la labor de los medios de comunicación y de las
reuniones internacionales; de hacer de cada extranjero un ciudadano del mundo;
de acabar con el caos babélico…
Yo
creo, mis jóvenes compañeros esperantistas, que una de vuestras más urgentes
tareas es la de hacer ver a vuestros amigos y conocidos el profundo factor
revolucionario de nuestra lengua; factor que no se destaca con claridad por ser
de carácter social más que económico y que por tanto necesita un mayor esfuerzo
de explicación y divulgación. He aquí un fecundo campo de actividad que exige
esfuerzos concertados para procurar atraer a nuestro “Movado” a toda esa masa
juvenil que aspira a la paz y el progreso y que ignora que el Esperanto es un
de los medios más eficaces para transponer las barreras que se alzan, o que
alzan, entre los pueblos.
En
segundo lugar, y ya dentro de nuestro movimiento, ¡hay tanto pro hacer en todos
los frentes! Necesitamos un gran esfuerzo para sacudirnos la improvisación, el
diletantismo y la desgana. Tenemos que afrontar las tareas que nos esperan con
un mínimo de competencia y de amor por la labor bien hecha. Aguardamos la
aparición de esperantistas con formación universitaria sólida que se ocupen de
escribir buenas gramáticas y buenos diccionarios a todos los niveles con
arreglo a la más moderna metodología. Necesitamos buenos poetas, buenos autores
de literatura original y traducida. Necesitamos buenos periodistas que sepan
escribir nuestras revistas y boletines no sólo con dominio de la lengua sino
con una visión fresca de nuestro mundo actual y, de sus problemas.
Necesitamos
salir cuanto antes de la contradicción en términos que supone un movimiento de
tipo universal reducido a una especie de secta encerrada en sí misma.
Necesitamos un aparato informativo que no exagere ni mienta; que diga, por
ejemplo, no que el Esperanto es fácil, porque no lo es, sino que sus ventajas
son muy superiores al esfuerzo de estudiarlo.
La
lista de nuestras carencias es larga. Pero yo abrigo la esperanza de que
ustedes, esperantistas jóvenes que pronto habrán de ocupar puestos de
responsabilidad y de vanguardia, serán capaces de asumir estos retos y de dar
cima a las muchas y complejas tareas que os aguardan.
Autor: Fernando de Diego
Venezuela Stelo, Órgano Oficial de la Asociación Venezuela
de Esperanto. Caracas, jaro 17ª, nº 46, julio 1990, pp. 7-13