Entradas populares

Tuesday, October 11, 2011

CON EL PIÉ EN EL ESTRIBO


CON EL PIÉ EN EL ESTRIBO



            Hay un viejo dicho, creo que de origen italiano, según el cual “partir es morir un poco”. No le falta razón al proverbio.

            No sé si por suerte o por desgracia, yo pertenezco a una generación de europeos que tuvieron que partir de sus lugares de origen huyendo de la barbarie política, del fanatismo religioso, del hambre y de la miseria física y moral.

            Nos vimos obligados, los más afortunados, sólo a morir un poco al alejarnos de nuestras raíces más profundas: la familia, las costumbres, la lengua, el clima, los escenarios de nuestros primeros sentimientos y sensaciones vitales…

            Pero ese bello y poético proverbio se nos antoja algo incompleto porque si partir es, efectivamente, morir un poco, también nos abre la posibilidad de renovarnos enfrentando otras experiencias, otros afanes y otras maneras de entender la vida.

            Yo llegué a Venezuela a principios del año 1950. Dejaba atrás, en mi España natal, un mundo hosco y cerrado, sin futuro y sin presente, sometido a una serie increíble de limitaciones materiales e intelectuales. No es de extrañar, pues, que Venezuela fuera para mí, como para tantos miles de refugiados procedentes de todas las latitudes, una especie de deslumbramiento, que muy pronto opacó la nostalgia que siempre se siente al echar de menos las coordenadas vitales de nuestras primeras vivencias.

            Venezuela fue como un estallido de luz y de colores, un país donde a espontaneidad y el espíritu cordial, optimista y reidor de sus gentes, se manifestaba de mil maneras, mientras el impulso petrolero ponía alas a un progreso incontenible transformando al país, y a Caracas en particular, en un vértigo de actividad sin pausa.

            Pero algo faltaba en Venezuela. Me faltaba el esperanto. Yo lo aprendí en España, entre mis doce y catorce años, en la ciudad de Zaragoza donde funcionaban, antes de la guerra civil, tres o cuatro sociedades esperantistas que desarrollaban una gran actividad. Luego, con la guerra y la interminable postguerra, el esperanto en España apenas conservó un hálito de vida bajo la mirada suspicaz de las autoridades franquistas.

            Al llegar a Venezuela tuve que dedicar todos mis esfuerzos a entrar un modus vivendi, y en estas diligencias, me tropecé con el esperanto de un modo fortuito y casi providencial, en la persona del Prof. Bachrich. De esto hace ya la friolera de más de 45 años.

            Posteriormente los avatares de a vida me levaron a las Islas Canarias, luego a España de nuevo y, más tarde al oriente de Europa. Pero ni por un momento rompí mis vínculos con Venezuela ni dejé de visitarla. Fue en Venezuela donde comencé en serio mi actividad de traductor. En Venezuela esbocé mi primer borrador de La Arbo de la Sciado, que más tarde publicó nuestro inolvidable Juan Régulo Pérez en su famosa serie Stafeto. En Venezuela realicé las primeras tentativas sobre e texto de Doña Bábara, y en Venezuela nacieron Cent Jaroj da Soleco, Tirano Baderas y La Malica Komizo y, últimamente, Kanto al la Tropika Zono. Y en Venezuela compilé de principio a fin, el gran diccionario español-esperanto.

            Hora, poderosas razones de carácter familiar nos llevan, a mi esposa y a mí, a levantar otra vez el vuelo a los confines orientales de Europa. Es, otra vez, la experiencia de morir un poco, de abandonar lo cotidiano, de ajustarse a otros hábitos y normas de vida.

            Pero nunca estaremos lejos de ustedes. Hay teléfonos, hay faxes, hay servicios postales, hay aviones que minimizan las distancias. Y existe esa entrañable publicación, “Venezuela Stelo” donde, si ustedes me lo permiten, seguiré colaborando con el mayor placer.

            En el nombre mío y de mi esposa, les agradezco de todo corazón este acto de despedida. Y aprovecho la oportunidad para expresar mi respeto y admiración por ese núcleo de veteranos que, a lo largo de casi medio siglo, han sabido mantener viva la llama de un bello ideal contra toda clase incomprensiones y prejuicios.

            Quiero mencionar por sus nombres, como en una lista de honor, al Prof. Bachrich, al Dr. Cook, a los profesores hermanos Mosonyi, al compañero Turrisi, a los ingenieros Blázquez y Arocha, a las representantes del bello sexo Teresa de Villasmil y Esperanza Pérez, y en último lugar, pero no el menos importante al compañero Lino Moulines, cuya librería “Suma” procuraba a los esperantistas las últimas ediciones de libros y revistas en la lengua internacional.

            Vayan también mis palabras de estímulo y consideración a los nuevos valores que, como los profesores Negrete y Sirvent, han de encabezar la generación de relevo en el movimiento venezolano.

            Para todos, un abrazo fraterno y solidario. Nuestra casa polaca está abierta para todos ustedes, y el día que ustedes nos visiten, tenga la seguridad de que reinará en ella el olor de la hallaca y la arepa, mientras se alzan al aire los compases de Alma Llanera.




 Fernando de Diego







Este documento es hoja suelta de la Asociación Venezolana de Esperanto (VEA), sin fecha.
Trascrito por Ricardo Coutinho, 26/06/2005

No comments: